Desde que el ser humano
apareció sobre la Tierra hay tecnología.
De hecho, las técnicas utilizadas en
la elaboración de instrumentos se toman como una evidencia contundente de los
albores de la cultura humana.
En general, la tecnología ha sido una fuerza
poderosa en el desarrollo de la civilización, más aún cuando se ha fraguado su
vínculo con la ciencia.
La tecnología lo mismo que el lenguaje, el ritual, los
valores, el comercio y las artes es una parte intrínseca de un sistema cultural
y les da forma y refleja los valores del sistema; además, es una empresa social
compleja que incluye no solamente la investigación, el diseño y las artes, sino
también las finanzas, la fabricación, la administración, el trabajo, la
comercialización y el mantenimiento en el mundo actual.
En el sentido más amplío,
la tecnología aumenta las posibilidades para cambiar el mundo: cortar, formar o
reunir materiales; mover objetos de un lugar a otro; llegar más lejos con las
manos, voces y sentidos.
El ser humano se sirve de la tecnología para intentar
transformar el mundo afín de que se adapte mejor a sus necesidades. Tales
cambios pueden referirse a requerimientos de sobrevivencia como alimento,
refugio o defensa; o pueden relacionarse con aspiraciones humanas como el conocimiento,
el arte o el control.
Pero los resultados de cambiar el mundo son con
frecuencia complicados e impredecibles; pueden incluir beneficios, costos y
riesgos inesperados los cuales pueden afectar a diferentes grupos sociales en
distintos momentos. Por tanto, anticipar los efectos de la tecnología es tan
importante como prever sus potencialidades.
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